"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a pensamiento" José Martí

sábado, 9 de agosto de 2014

La desigualdad es un lastre


PAUL KRUGMAN

Empieza a desmoronarse el consenso de que ser amable con los ricos y cruel con los pobres es la clave del crecimiento económico.

Durante más de tres décadas, casi todos los que realmente importan en la política estadounidense han estado de acuerdo en que el hecho de subirles los impuestos a los ricos y aumentar las ayudas a los pobres ha sido perjudicial para el crecimiento económico.

En general, los progresistas lo han considerado un sacrificio que valía la pena y han sostenido que compensaba pagar cierto precio en forma de un PIB más bajo, a fin de ayudar a aquellos conciudadanos que lo necesitan. Los conservadores, por otra parte, han defendido la filtración de la riqueza desde las capas sociales más altas y han insistido en que la mejor política consiste en rebajarles los impuestos a los ricos, recortar las ayudas a los pobres y contar con que la subida de la marea mantenga a flote a todos.

Pero ahora hay cada vez más pruebas que respaldan un nuevo punto de vista; concretamente, que la premisa en que se basa este debate es errónea, que en realidad no hay ninguna compensación entre igualdad e ineficiencia. ¿Por qué? Es cierto que la economía de mercado necesita cierta cantidad de desigualdad para funcionar. Pero la desigualdad estadounidense se ha vuelto tan extrema que está causando un enorme daño económico. Y esto, a su vez, se traduce en que es muy probable que la redistribución — es decir, gravar a los ricos y ayudar a los pobres — aumente, en lugar de reducir, la tasa de crecimiento de la economía.

Uno podría verse tentado de rechazar esta idea por considerarla una ilusión, una especie de equivalente liberal de la fantasía de derechas según la cual rebajarles los impuestos a los ricos incrementa los ingresos. El hecho, sin embargo, es que hay pruebas sólidas, procedentes de fuentes como el Fondo Monetario Internacional, de que la gran desigualdad constituye un lastre para el crecimiento y de que la redistribución puede ser buena para la economía.

A principios de esta semana, la nueva visión de la desigualdad y el crecimiento recibió un espaldarazo por parte de Standard & Poor's, la agencia de calificación, que ha publicado un informe que respalda la opinión de que una desigualdad elevada es un lastre para el crecimiento. La agencia resumía el trabajo de otros, no ha llevado a cabo ninguna investigación propia, y tampoco hay que tomarse su valoración como una verdad absoluta (recuerden su ridícula rebaja de categoría de la deuda de Estados Unidos). Lo que el visto bueno de S&P muestra, sin embargo, es lo generalizada que se ha vuelto esta nueva opinión sobre la desigualdad. A estas alturas, no hay motivos para creer que confortar a los acomodados y afligir a los afligidos sea bueno para el crecimiento, pero sí hay buenas razones para pensar lo contrario.

No hay indicios de que enriquecer más a los ricos enriquezca al país, pero hay pruebas fehacientes de los beneficios que tiene mitigar la pobreza de los pobres

Concretamente, si analizamos de forma sistemática los datos internacionales sobre desigualdad, redistribución y crecimiento (que es lo que han hecho los investigadores del FMI), vemos que unos niveles más bajos de desigualdad se relacionan con un crecimiento más rápido, no más lento. Además, la redistribución de los ingresos a una escala propia de los países desarrollados (aspecto en el que Estados Unidos está muy por debajo de la media) se “relaciona significativamente con un crecimiento más elevado y duradero”. Es decir, no hay indicios de que enriquecer más a los ricos enriquezca al país en su conjunto, pero hay pruebas fehacientes de los beneficios que tiene mitigar la pobreza de los pobres.

¿Cómo es eso posible? ¿Es que gravar a los ricos y ayudar a los pobres no reduce los incentivos que nos empujan a ganar dinero? Pues sí, pero esos incentivos no son lo único que influye en el crecimiento económico. La oportunidad también es fundamental. Y la desigualdad extrema priva a muchas personas de la oportunidad de sacarles el máximo partido a sus posibilidades.

Piensen en ello. ¿Tienen los niños con talento de las familias estadounidenses con pocos ingresos las mismas oportunidades de aprovechar su talento — recibir la educación adecuada, seguir la trayectoria profesional acertada — que los que nacen en mejor posición? Por supuesto que no. Además, esto no solo es injusto, es caro. La desigualdad extrema se traduce en el desaprovechamiento de los recursos humanos.

Y los programas gubernamentales que reducen la desigualdad pueden enriquecer al país en general reduciendo ese desaprovechamiento.

Fíjense, por ejemplo, en lo que sabemos sobre los vales para alimentos, siempre en el punto de mira de los conservadores que afirman que reducen los incentivos para ponerse a trabajar. Las pruebas históricas indican de hecho que ofrecer vales para alimentos reduce un poco el esfuerzo laboral, especialmente el de las madres solteras. Pero también indican que los estadounidenses que tuvieron acceso a los vales para alimento cuando eran niños son adultos más sanos y productivos que los que no lo tuvieron, lo que significa que han hecho una mayor aportación a la economía. El objetivo del programa de vales para alimentos era reducir la miseria, pero es muy probable que el programa también haya sido positivo para el crecimiento económico de Estados Unidos.

Yo diría que, con el tiempo, podremos afirmar lo mismo de Obamacare. Los seguros subvencionados empujarán a algunos a reducir el número de horas que trabajan, pero también se traducirán en una mayor productividad de aquellos estadounidenses que por fin reciben la atención sanitaria que necesitan, por no mencionar el hecho de que emplearán mejor sus aptitudes, ya que podrán cambiar de trabajo sin miedo a perder la cobertura. Por encima de todo, la reforma sanitaria probablemente nos haga más ricos, además de más seguros.

¿Logrará esta nueva visión de la desigualdad cambiar nuestro debate político? Así debería ser. Resulta que ser amable con los ricos y cruel con los pobres no es la clave del crecimiento económico. Por el contrario, hacer que nuestra economía sea más justa también la hará más rica. Adiós, filtración de la riqueza de arriba abajo; hola, filtración de abajo arriba.

Rafael Correa resalta cooperación brindada por Cuba al mundo


PL. Quito, el sábado, el presidente de Ecuador, Rafael Correa, aseveró hoy que Cuba es el país que ofrece mayor cooperación internacional en el mundo en relación con el tamaño de su economía.

Durante su sabatino informe de labores a la nación, el mandatario elogió la voluntad solidaria de la isla caribeña, al referirse a 200 nuevos médicos llegados a Ecuador para prestar servicios en zonas vulnerables y de difícil acceso.

El jefe de Estado felicitó al Ministerio de Salud por los avances en el programa de cooperación con Cuba, como parte del cual más de mil especialistas de esa nación laboran en diversas regiones ecuatorianas.

Al respecto, la ministra de Salud, Carina Vance, explicó que los colaboradores trabajarán de conjunto con los médicos rurales ecuatorianos para garantizar servicios de salud a la población.

Vance agregó que los doctores cubanos también han contribuido con la elaboración de la malla curricular para formar los nuevos médicos.

Según se conoció esta semana, la misión de los galenos, especialistas en Medicina Familiar y Atención Primaria, se centrará en dos propósitos: la asistencia a los pacientes y la asesoría técnica para fortalecer la prepración de los equipos de salud de los diferentes territorios.

De acuerdo con un reporte del sitio web El Ciudanano, los cooperantes viajarían en estos días hacia diversas regiones del país para comenzar su labor en las zonas vulnerables y de difícil acceso.

Primero, no hacer daño


Por Arturo López-Levy
Oncuba

Existe un lema médico que la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID) haría bien en adoptar: “Primero, no hacer daño”. Parece renuente a entenderlo en el caso cubano. Desde la Administración Bush hasta la fecha, la agencia vinculada al Departamento de Estado ha gastado cientos de millones de dólares siguiendo una concepción destructiva de lo que titula “promoción de la democracia y la sociedad civil en Cuba”. Bajo esta rúbrica, subcontratistas y funcionarios de la agencia han instrumentado un modelo intervencionista que no tiene nada que ver con el empoderamiento de la sociedad civil cubana o la promoción de los derechos humanos: la ley Helms-Burton.

La ley promovida por el senador Helms, con las credenciales democráticas de un miembro de clubes “solo para blancos”, se desentiende de cualquier obligación de EE.UU. ante el derecho internacional. Obsesionados desde 1959 con sacar del poder a Fidel Castro, los autores de la ley encadenaron a ese objetivo la política estadounidense hacia toda la nación cubana. Como ha explicado el ex analista principal de la CIA para América Latina Fulton Amstrong, bajo el gobierno de Bush se transfirieron funciones desestabilizadoras contra el gobierno cubano, que antes caían bajo el mandato de las agencias de inteligencia, a la USAID. Se trató de innovar métodos para buscar los mismos objetivos del viejo anticomunismo antidemocrático de la guerra fría con especialistas en desarrollo internacional haciendo el trabajo que antes tocaba a agentes de inteligencia. Jesse Helms lo dijo al ser aprobada su ley, no hay negociación ni entendimiento posible con el gobierno en Cuba, se trata de sacar a Fidel Castro “de modo vertical u horizontal”. En esa lógica, los derechos humanos son apenas un pretexto.

Cuando alguien cree que nada hay que agregar a la saga de corruptelas en Miami, desvío de fondos, malgasto del dinero del contribuyente, y desinformación que ha caracterizado los programas de “promoción de democracia” para Cuba, la USAID siempre sorprende. Lo nuevo ahora es la utilización de jóvenes de terceros países en aparentes programas de salud. La idea era utilizar unas lecciones a los cubanos sobre cómo usar condones para identificar potenciales líderes opositores. Todo con dinero público. El prestigioso senador norteamericano Patrick Leahy (D-VT) lo ha catalogado como “más que irresponsable”. Uno se pregunta si alguien en su sano juicio pondría su propio dinero en una idea tan impetuosa.

Desde la captura de Alan Gross, un subcontratista de la USAID arrestado en Cuba por otro de los programas mal diseñados de la agencia, la palabrería barata sobre la sociedad civil cubana es cada vez más acompañada por la imprudencia. De Gross al zunzuneo, otro invento de crear un “twitter cubano” para una supuesta rebelión estilo primavera árabe, y de allí a estos inventos, la lógica es derribar al gobierno vigente sin tener idea de qué proponer como alternativa, saboteando cualquier proyecto de democracia incremental, y apertura económica con gradualidad. Todo ocurrió con la administración Obama, la misma que intoxicada con el humo “democrático” liberó de las cárceles de Gadafi al terrorista que luego atacó el consulado norteamericano en Bengazzi.

Uno se pregunta si algún experto serio, con los intereses nacionales de EE.UU. a largo plazo, tiene cabida en el programa Cuba de la USAID. Al propio Gross la USAID le recomendó informarse sobre Cuba utilizando como primera fuente al sitio web Babalu, un blog rabioso de Miami, descrito por la disidente Yoani Sánchez como “el abuelo de los blogs cubanos”. Se trata de un “abuelo” atolondrado. En varios de sus artículos acusan al presidente Obama de ser un tirano en la tradición “de Stalin, Hitler y Mao Zedong”. Curioso es que el propio gobierno de EE.UU. recomendase tal material como primera fuente confiable sobre Cuba. ¡Menuda tropa!

Después de desinformar a Gross con Babalu, el gobierno norteamericano lo envió a la misión encubierta de crear redes de Internet, fuera del monitoreo del gobierno cubano. Las bases para instalar esa red serían las comunidades judías de Cuba pero el gobierno estadounidense jamás pidió a sus líderes su consentimiento informado para tales planes, considerados ilegales en Cuba y en muchos países como parte de la protección contra un ataque cibernético. Gross, que no sabía hablar español cuando fue escogido para esa misión encubierta, lleva cinco años en una prisión cubana.

En sus memorias, la Secretaria Clinton aventura la hipótesis de que Gross es el obstáculo que la línea dura del gobierno cubano usa para bloquear una mejoría de relaciones entre Cuba y EE.UU. Si esa fuese la realidad, es sorprendente como EE.UU. ha caído en el juego que Clinton denuncia. Ruth Marcus del Washington Post, en presencia de la liberación de cinco terroristas talibanes en intercambio explicito por el soldado norteamericano Bowe Bergdhald, se pregunta por qué no se ha aplicado una solución similar para Gross. En el caso de los talibanes existe la posibilidad clara de que los mismos inspiren o incluso participen en hostilidades contra EE.UU. En una solución razonable para el caso Gross, EE.UU. haría un gesto paralelo humanitario con los tres cubanos aun en prisión del caso de los cinco, sin correr riesgo alguno para la seguridad estadounidense.

Dos constantes del programa Cuba de la USAID son el irrespeto por la sociedad civil cubana y el daño causado a la credibilidad de proyectos loables de la agencia en otras naciones. Si en otras partes del mundo, los programas de la USAID requieren el consentimiento informado de los actores locales, en Cuba estas actividades encubiertas ignoran las fuertes opiniones de las comunidades religiosas, cívicas, juveniles y profesionales contra la ley Helms. Se proclama promover la sociedad civil pero se empieza irrespetándola. Washington a la manera más infantil no quiere tomar “no” por respuesta, cuando los actores no gubernamentales cubanos le dicen que quiten la ley Helms-“y después hablamos”.

En su subordinación al senador Menéndez, que de todas formas le bloquea sus embajadores, la administración Obama ha olvidado valorar muchos daños intangibles a la credibilidad de su política exterior. ¿Alguien ha pensado en el desprestigio que heredará una política post-embargo hacia Cuba en materia de promoción democrática, colaboración de salud y asistencia al desarrollo? ¿Alguien valoró el impacto negativo del uso de supuestos seminarios sobre el VIH para la credibilidad de la USAID y sus funcionarios en otros países donde han ganado prestigio y respeto con verdaderos programas de salud? En Bolivia varios periódicos pro-gobierno han usado el caso para reafirmar el carácter injerencista de la USAID y defender la postura de Evo Morales de expulsar la agencia estadounidense.

La política norteamericana de cambio de régimen hacia Cuba encierra una terrible paradoja. Mientras la Administración Obama ejerce más su embargo unilateral, más se deteriora la influencia y respeto por los EE.UU. Mientras más la USAID usa el lenguaje de la democracia, el desarrollo internacional y los derechos humanos para violar la soberanía de Cuba y de otros países, irrespetando a la sociedad civil cubana, sus acciones socavan más la credibilidad de esos valores.

La administración Obama está desacreditando uno de los mayores activos norteamericanos de política exterior: el compromiso con el estado de derecho. Ante cada revelación los portavoces del departamento de Estado tuercen la verdad como un pretzel para presentar los programas clandestinos de USAID en Cuba como públicos y respetuosos de las leyes de otros países y de las suyas propias. En todo el mundo, las personas ven escasa o ninguna conexión entre sus aspiraciones democráticas y la retórica y las acciones que emanan de Washington para Cuba.

“Al final de mi mandato- escribe Hillary Clinton- le recomendé al presidente Obama revisar la política de embargo. No alcanza sus objetivos y paraliza nuestra agenda general hacia América Latina”. A menos de un año de la anunciada cumbre de las Américas de Panamá, el presidente Obama debería escucharla. Tiene un montón de prerrogativas ejecutivas para evitar hacer más daño.

¿Marxismo conservador?



Por: Juan Nicolás Padrón.
Cubarte

En varias lecturas y conferencias recientes he leído o escuchado enfatizar en un “marxismo revolucionario” opuesto a un “marxismo conservador”: ¿no será que el primer sintagma es tautológico y el segundo, un eufemismo? El marxismo siempre es revolucionario porque sus tesis, fundamentadas en el materialismo dialéctico e histórico, señalan que el ser social condiciona a la conciencia social —Karl Marx aclaró en varios textos que siempre es “en última instancia”, aunque muchos sigan desconociendo esta precisión para conferir a sus tesis un carácter reduccionista—, y que el ser se transforma constantemente por las condiciones materiales que interactúan con las espirituales —una transformación interactiva dada siempre, y no solo en una época; una ley general, como la de gravitación universal—; entonces, no es posible ser marxista y al mismo tiempo conservador, pues lo postulado por la ideología marxista es que la transformación revolucionaria constituye la guía para la acción en la marcha de la historia, y por ello ser marxista implica ser revolucionario siempre: se trata de categorías inseparables, aunque no invariablemente ser revolucionario incluya ser marxista.

Hace tiempo le escuché a un amigo angolano que no estaba de acuerdo con el término de “internacionalismo proletario”, que acabábamos de escuchar juntos en un discurso; le pregunté por qué y con lógica incuestionable me preguntaba de qué proletarios se podía hablar en Angola, donde la mayoría de los obreros angolanos eran privilegiados por trabajar en compañías extranjeras; él prefería el término “internacionalismo socialista” para calificar los lazos de cooperación y amistad entre Cuba  y su país, contra la guerra impuesta por el apartheid y los agentes de los imperialismos en África. Su reflexión me ayudó a percatarme de que la mayoría de los cubanos considerábamos a Marx intocable en sus estudios sobre la clase obrera de la Europa del siglo XIX. Ningún término se había modificado por aquellos años. Al adentrarme por mi cuenta en la historia de Cuba y relacionarla con los cursos de Filosofía Marxista-Leninista que recibía, había encontrado demasiados conceptos imprecisos, grandes zonas de silencio históricas y expresiones que habían sido concebidas para otras realidades y momentos. A tales deducciones hube de llegar solo, sin ninguna ayuda y con la mirada de reojo de algunos jóvenes comunistas de entonces. Ahora me encuentro con conceptos reiterativos o contradictorios que, como aquellos, no definen con precisión un verdadero significado.  

Dicho de otra manera: el ser humano piensa según vive, y yo enfatizaría, siempre; por tanto, los conservadores dejan de ser marxistas porque no aceptan la permanente transformación revolucionaria, bien porque no pueden, no saben o no quieren —por limitaciones personales, intereses privados… o por cuestiones que no quieren revelar. Se ha repetido que Marx no es marxista, y es cierto, pues legó su teoría para que fuera una práctica constantemente renovadora —su propósito no era “interpretar” el mundo, sino “transformarlo”—, basada en principios teóricos generales de carácter filosófico, económico, social, político, estético; nada más lejos de sus concepciones que “manualizarlas” para ser aplicadas a cualquier realidad. El verdadero “pecado original” de no pocos “marxistas” autoproclamados comunistas en sus ejercicios políticos, y que a veces sin quererlo han ocasionado mucho daño al movimiento revolucionario internacional —sobran los ejemplos—, ha sido convertir el pensamiento del gigante de Tréveris en una doctrina sectaria, de élites políticas, sin vínculo sistemático real con las grandes masas, de carácter dogmático y  burocrático, pretexto de un autoritarismo tiránico y represivo, con escasas posibilidades de autorrenovarse; es decir, contrario a lo que realmente es el marxismo: un proyecto revolucionario e inclusivo, democrático y participativo, dialéctico, en constantes cambios que a ningún marxista le deben parecer ajenos al sistema, creativo y original para cada situación, emancipador y de felicidad para todos y no para unos pocos. Las palabras son engañosas y se han utilizado para manipular: ¿cuántos socialismos o comunismos hubo en la historia después de Marx y cuáles realmente responden a bases marxistas? Lo que realmente importa no son las denominaciones, sino no perder de vista a  qué o quiénes defiende.

Es cierto que en Cuba algunos marxistas dejaron de ser revolucionarios, aunque casi nadie lo confiese; por tanto, dejaron también de ser marxistas y se convirtieron en conservadores, a secas, aunque digan que defienden a la Revolución y de hecho puede que así sea parcialmente; resulta comprensible en un país en que casi nadie se declara de derecha. El pensamiento conservador es muchas veces casi un proceso natural de conservación biológica desplazado a la política, en ocasiones de manera inconsciente. Cuando una persona que se ha formado en ciertas circunstancias tiene todo lo necesario para vivir, y en ocasiones hasta un poco más, resulta muy difícil que sepa cómo piensan quienes viven en situación de miseria o pobreza. Solo convicciones muy fuertes, visión clara y vínculo constante con el país pueden contribuir a que no se pierda de vista la realidad de la construcción socialista, y no el fantasmagórico “socialismo real”. Para ser revolucionarios y marxistas en Cuba hoy —y en estos dos conceptos está incluido compartir y practicar las ideas esenciales de José Martí y de Fidel Castro—, no basta la adhesión a la defensa de la independencia y la soberanía mantenida en estos años a partir de 1959, y sentir con orgullo la dignidad personal y nacional; no es suficiente condenar la política imperialista de los Estados Unidos destinada a interferir este proceso de liberación, ni contribuir a un clima de unidad nacional que evite la lucha fraticida, y a la larga la derrota, ni actuar a favor de la continuación de la reconciliación, la paz y el progreso social —factores esenciales para la sostenibilidad y la prosperidad, según los más actualizados planteamientos—, ni reconocerle al Estado revolucionario la responsabilidad de mantener el estatus de bienestar con todos y para todos.

Para ser marxistas, ahora y aquí, resulta imprescindible contribuir a la construcción de la república socialista de Cuba y para ello hay que luchar todos los días por la democratización eficaz de la sociedad —participación real y no formal, junto a la inclusión de todas las formas de justicia social, incluidas las relacionadas con la discriminación por el color de la piel, el género o las preferencias sexuales—; combatir el autoritarismo y las enmascaradas formas de presencia del viejo caudillismo colonial con su centralismo verticalista y la desconfianza en la autonomía y la autogestión; dejar atrás la vocación estatista como única forma de organización económica y la falsa planificación burocrática, desplanificada constantemente por el voluntarismo; ayudar a la transparencia y al debate social, no solo para contribuir a la seguridad nacional y para que la esfera pública se convierta en un verdadero agente movilizador de saneamiento, sino porque es un sagrado derecho; colaborar para que las funciones de prevención y proyección legislativas, las soluciones ejecutivas y las acciones judiciales ejerzan su papel y funcionen como un sistema en la república y no sean simple decoración, en que las leyes se acatan pero no se cumplen y las decisiones ejecutivas no rinden cuenta efectiva a un legislativo con diputados elegidos por el pueblo; tener en cuenta la coherencia que las ideas del socialismo defienden en el diseño de proyectos e inversiones económicos, sociales y culturales, en que predominen las ideas del socialismo y no el “desarrollo subdesarrollante” del capitalismo, porque ni el socialismo se puede construir con “las armas melladas” del capitalismo, ni se puede construir capital con las armas melladas del socialismo burocrático; evitar confundir consecuencias con causas y eliminar deformaciones, triunfalismos y vicios del estalinismo; en resumen: cambiar las sobras periféricas de la cultura del capitalismo —no pocas veces enmascaradas en nombre del “socialismo”— por una cultura socialista original cubana.            

Tradicionalmente, a la palabra “marxismo” se le ha unido otra: “leninismo”; pero la brillante conducción de Lenin en la Revolución de Octubre de 1917 hasta su muerte en 1924, para la construcción de un Estado de obreros y campesinos erigida sobre el pasado zarista ruso —y aquí encontramos uno de los aportes leninistas al marxismo: incluir a los campesinos en el proceso de emancipación de la Rusia feudal—, no debe conducirnos a generalizar procesos que los revolucionarios del mundo deban asumir ciegamente en la aplicación de la teoría revolucionaria marxista en sus respectivas realidades concretas; hay quien ha dicho que el término “marxismo-leninismo” fue un invento de Stalin, con la pretensión de erigirse sobre esa plataforma para desmontar el propio marxismo-leninismo y lograr el control unipersonal de los partidos comunistas mundiales; una de sus primeras medidas en los años 30 fue liquidar lo que quedaba de la Nueva Política Económica (NEP) implementada por Lenin, una aplicación marxista y creativa para aquellas realidades concretas. Stalin llamó hipócritamente “revisionistas” a los que no seguían su desviación totalitaria, como si el marxismo no fuera una dialéctica de revisión y revalorización cotidiana, para aplicarlo a una situación singular. Todos los días tenemos que ser revisionistas de cuanta aplicación hagamos, porque el marxismo ha tenido que ser en nuestros pueblos “creación heroica” —como lo llamó acertadamente el peruano José Carlos Mariátegui—, desde cualquier lugar donde se aplique; de lo contrario, no es marxismo. En Cuba no se puede hablar de marxismo si al menos no se parte de la defensa de los más humildes. El “marxismo conservador” y la “doble moral” —es decir, la amoralidad o la inmoralidad, según su ausencia u oposición a la moral o a la ética— son falsos sintagmas: dejémonos de eufemismos y llamemos a las cosas por su nombre.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...